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.Estaba envuelto en su capa, sin sombrero, ytenía al lado una espada y una damajuana de vino.Reconocí a Rafael de Cózar. Busco al señor de Quevedo.Encogió los hombros y miró distraído en torno. Se fue contigo.No sé dónde está.La lengua se le enredaba un poco al representante.Si había 1 escurrido el jarro toda lanoche, calculé, debía de ir alumbrado hasta las tejas. ¿Qué hace aquí vuestra merced? pregunté. Bebo.Pienso.Fui hasta él y me senté a su lado, apartando la espada.Yo era la viva estampa de laderrota. ¿Con este frío?.No está la noche para andar al raso. El calor lo llevo dentro soltó una risa extraña.Está bien eso, ¿no?.El calordentro, los cuernos fuera.¿Cómo era aquello?Y recitó, socarrón, entre dos nuevos tientos a la damajuana:Muy bien los negocios van.Di: ¿de dónde has aprendidoser de tu amiga maridoy de tu mujer rufián?Me removí en el banco, incómodo.No sólo por el frío. Creo que vuestra merced ha bebido más de la cuenta. ¿Y cuál es la cuenta?No supe qué responder, y nos quedamos un rato sin decir palabra.Cózar tenía el pelo yla cara salpicados de gotitas de agua que el farol de la hostería hacía brillar como escarcha.Me escudriñaba, atento. También tú pareces tener problemas concluyó.No dije nada.Al cabo me ofreció el vino. No es ésa apunté, abatido la clase de ayuda que necesito.Asintió grave, casi filosófico, acariciándose las patillas tudescas.Después alzó ladamajuana, y el líquido resonó al trasegarse a su gaznate. ¿Hay noticias de vuestra mujer?Me observó de reojo, hosco y turbio, la damajuana en alto.Después la dejó despaciosobre el banco. Mi mujer hace su vida repuso, secándose el bigotazo con el dorso de una mano.Eso tiene inconvenientes y ventajas.Abrió la boca y levantó un dedo, dispuesto a recitar algo otra vez.Pero yo no teníatalante para más versos. Van a utilizarla contra el rey dije.Me miraba de hito en hito, la boca abierta y el dedo en alto. No comprendo.Sonaba casi a ruego para seguir sin comprender.Pero yo estaba harto.De él, de sugarrafa de vino, del frío que hacía y del dolor de mi espalda. Hay una conspiración dije exasperado.Por eso busco a don Francisco.Parpadeó.Sus ojos ya no eran turbios: estaban asustados. ¿Y qué tiene que ver María con eso? No pude evitar una mueca de desprecio. Es el cebo.La trampa la han dispuesto para cuando amanezca.El rey va de caza conpoca escolta.Quieren matarlo.Sonó el cristal roto a nuestros pies.La damajuana acababa de caer, cascándose en suarmazón de mimbres. Recristo murmuró.Creía que quien estaba borracho era yo. Digo la verdad.Cózar miraba el estropicio del suelo, pensativo. Y aunque así fuera arguyó , ¿qué se me dan a mí rey o sota? He dicho que pretenden implicar a vuestra mujer.Y capitán Alatriste.Al oír el nombre de mi amo se rió bajito.Incrédulo.Le así una mano, obligándolo aacercármela a la espalda. Toque vuestra merced.Noté sus dedos palpar el vendaje y vi que le cambiaba la cara. ¡Estás sangrando! Claro que estoy sangrando.Me clavaron una daga hace menos de tres horas.Se levantó del banco cual si lo hubiera rozado una serpiente.Permanecí inmóvil,viéndolo ir de un lado a otro en cortas zancadas. Día del juicio vendrá dijo como para sí en que todo saldrá en la colada.Al fin se detuvo.Cada vez más fuertes, las rachas de viento lluvioso le agitaban lacapa. ¿A Felipillo, dices?Asentí. Matar al rey prosiguió, haciéndose a la idea.¡A fe de quien soy que tienegracia!.Se diría un lance de comedia. De comedia trágica maticé. Eso, chico, es cuestión de puntos de vista.De pronto se despabiló mi ingenio. ¿Todavía tiene vuestra merced el coche?Pareció desconcertado.Se balanceaba sobre los pies, mirándome. Claro que lo tengo asintió al fin.En la plaza.Con el cochero durmiendo dentro,que para eso cobra.Y también ha soplado lo suyo.Hice que le llevaran unas botellas. Vuestra mujer se fue a La Fresneda.El desconcierto se le trocó en desconfianza. ¿Y qué? inquirió, receloso
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